Sin necesidad de verlo, escuché unas palabras: “Ven a mí, sígueme.” No eran exactamente las palabras del Evangelio, sino las que Él eligió para mí. Son las palabras con las que quiere que viva. En ese momento, me sentí libre. Ese peso ya no estaba conmigo. No tenía que voltear, no tenía que apartar la mirada. Pude ponerme de pie y recibí su abrazo. Solo su abrazo.
No lo vi a la cara, no podía. No era digno. Pero escucharlo fue más que suficiente para calmar mi alma y sanar mi cuerpo, para liberarme de esas cadenas, tanto físicas como espirituales.
¿De dónde viene la verdadera felicidad?
¿De estar con quienes amamos? ¿De hacer lo que nos gusta? ¿De estar en paz? ¿De qué?
La verdadera felicidad solo viene cuando haces lo que Dios quiere para ti en esta vida. Pero, a partir de ahí, comienza lo más difícil: convencerme de que lo que Dios quiere para mi vida es lo mejor para mí, que me llevará a esa felicidad verdadera.
Voy entendiendo sus pequeños llamados. Los voy haciendo parte de mí, los voy sintiendo en mi día a día. Cuando escuché el Evangelio de Pedro caminando sobre el agua, sentí que era un llamado puro, con su Palabra. Coincidía con mi discernimiento, y en esa coincidencia había un llamado.
Pero no es el llamado. Es solo una piedra más que me ayuda a edificar mi casa. Igual que lo fueron las misiones, las Fire Nights, Monterrey, los ejercicios espirituales, la misa de Santiago… Tal como hay flechas en el camino, Dios me está dando las suyas.
No siempre hay un momento único y decisivo que lo cambia todo. No hay un solo “llamado”. Se trata de cómo Dios va llamando y hablando, para mostrarme que lo que Él quiere es mi vida entera.
¿Y qué es lo que yo quiero?
Entregársela.
Se terminó oficialmente el camino.

Gracias a todos por acompañarme en esta locura, por su apoyo, sus porras, su participación, sus oraciones y su ánimo. La caminata de hoy la atesoro con todo mi corazón. Pocas veces en mi vida me había sentido tan ligero y pleno. No podría pedir un mejor final para esta aventura.
Agradecido con el de arriba.
Finalmente, llegó el momento de dejar de caminar.
33 días de caminata, 945 km, 15,102 m de desnivel, 7 ampollas, muchas paellas y demasiadas sonrisas.
Pasé de los Pirineos a la playa, del principio del camino hasta el fin del mundo. Del calor al frío, de la lluvia al sol, de las ampollas a los callos. De la desesperación a la esperanza, de la tristeza a la felicidad, del miedo a la confianza. De las lágrimas a las sonrisas.
De peregrinar a Santiago… a peregrinar al cielo.
Un camino que acaba, pero que en realidad está empezando.
El verdadero camino empieza hoy.
Hace cuatro años, antes de llegar a Santiago, leí una frase que me cambió la vida:
“Use the way markers to lead you to Santiago, but use the lessons learned to find The Way.”
Ya pasé Santiago.
Ya pasé el fin de la Tierra (Finisterre).
Ya llegué a la última etapa de este caminar.
Es hora de empezar a vivirlo.
Es momento de emplear las respuestas que obtuve en el camino y de comenzar a responder las preguntas que surgieron. Es momento de dejar atrás las piedras que solté y caminar ligero en esta vida.
Es tiempo de sacar esos últimos dolores y tristezas que aún guardo en el corazón, para abrir espacio al amor.
Es momento de seguir El Camino de Santiago.
No el camino que va a Compostela, sino el camino que deja todo para seguir a Cristo.
El camino que lo llevó al cielo.
El camino de la santidad.
Es momento de dejar de seguir las flechas amarillas, y es momento de empezar a seguir las de Dios.
Agradecido con el de arriba por ayudarme a marcar las siguientes flechas. Nos vemos en el cielo peregrinos.
