Dios ¿Una leyenda?
Dios en su grandiosa perfección se valió de personas increíbles para ayudar a mi corazón imperfecto
Dios en su grandiosa perfección se valió de personas increíbles para ayudar a mi corazón imperfecto
Últimamente una frase que me acompaña mucho en mis días es “Ocúpate Tú de todo” y de alguna forma siento que le doy chance a mi corazón de descansar, entregando todo a Jesús, haciéndolo parte de las cosas de mi vida. Poniendo mi 100 pero dejando a Jesús poner su 100…de eso se trata de hacer equipo, confiar y esperar.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
Muchas veces tendemos a ver nuestra vida como un episodio, en lugar de una serie completa. Esperamos que la trama, retos y dificultades se resuelvan en el mismo capítulo, pero ¿qué gran historia se cuenta en 40 min? Sin duda no las merecedoras del Oscar.
Recientemente en mis ratitos de oración le he estado compartiendo a Dios mis sueños y las cosas que me gustaría hacer, pero hay veces donde me pregunto ¿será que sí me está escuchando? ¡Porque no veo ningún camino, ninguna señal o algo que me diga cómo hacerle para lograrlo!
Les confieso que esto ha generado cierta desesperanza en mí en algunas ocasiones. Tengo mi llamita a todo, quiero comerme el mundo y hacer mil cosas
pero simplemente no pasa nada de lo que le pido ahorita. Y es que esta espera puede ser muy abrumadora. Podemos llegar a sentir que su silencio es un “no ahorita no joven” o que no le importa. Pero la realidad es que aunque no veamos, Él está obrando y trabajando en cada uno de esos deseos de nuestro corazón.
Vivimos en un mundo donde queremos todo para ayer, donde el “real time” nos consume y donde las comparaciones nos hacen dudar. Nos cuesta creer y confiar que algo está pasando porque no lo vemos de forma tangible en nuestras vidas. Pero les cuento un secreto (que seguro ya han escuchado)… Los tiempos de Dios son perfectos.
“Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes comprender ahora; lo comprenderás después” – Juan 13,7
¡La espera: un tiempo para encontrarse con Él!
Y cuan cierto es esto. A veces la espera a eso que tanto queremos y le pedimos puede sentirse eterna. Le empezamos a cuestionar y le decimos ¿para cuándo? o ¿por qué no ha pasado? Pero no nos damos cuenta que este tiempo es para encontrarnos con Él, para fortalecer nuestra fe y aumentar nuestra confianza. Para recordarnos que sin su amor no podemos hacer nada.
Es en estos momentos donde debemos buscar acercarnos, conocerle y contarle aún más todos esos anhelos que hay en nuestro corazón. Porque aunque el ya los conoce, quiere escucharlo de nosotros. Y creanme que cuando sea el tiempo correcto el nos dará eso que le pedimos y mucho más.
¡Dios es fiel!
Hace poco una amiga me dijo Dios es fiel y me dejó pensando. Me pregunté ¿será que si me va a ser fiel en todo lo que le estoy pidiendo? Y entre más lo rezaba y platicaba con Jesús me di cuenta que lo único que Él quiere de nosotros es que le entreguemos nuestros sueños, que confiemos en su promesa de fidelidad y que lo dejemos a Él moldear nuestras vidas.
Muchas veces no entenderemos sus planes ni sus tiempos y es aquí donde nos toca dar un salto de fe, ponerlo todo en sus manos y creer que Él esta trabajando en todo aunque sea invisible a nuestros ojos, que nuestros sueños son también sus sueños y que aunque el camino no sea claro, Él siempre a va a ser nuestro guía.
Hace unos años la soledad era un tema en mi vida y veía sus consecuencias en mis pensamientos, ideas y mentiras que creía.
Siempre tuve amigos y siempre he tenido buenos ambientes en donde me he encontrado con gente muy buena. Yo pienso que Jesús me ha cuidado mucho a través de la gente que me comparte en mi camino pero nunca había vivido la soledad tan fuerte como en mis años de universidad. Seguramente tú también has pasado algo similar o parecido.
Es verdad que aunque tenía días de sentir esta soledad, Jesús fue muy cercano y se encargó de hacerme ver que Él estaba conmigo, ¡fue una gracia!
De esta situación brotó algo más en mi relación con Jesús. En lugar de verlo como alguien lejano el cual solo se presentaba cuando yo lo invocaba, se fue haciendo cada vez más cercano, cada vez más íntimo sin violar mi libertad. Jesús se volvió mi acompañante. Y lo veía tan claro que me encontré hablando en plural. Me refería a nosotros, a Jesús y a mí. “Jesús, vamos a correr”, “Vamos a cenar con mis amigos”, “Jesús, acompáñame a esta clase que me aburre”. Puede parecer loco, pero en ese momento me consolaba mucho y me ayudaba a recordar que no estaba sola.
Hoy es verdad que mi vida ha cambiado, que la mayoría de mis días estoy rodeada de gente. Y aunque me he olvidado de hablar en plural, Jesús me ha mostrado lo tanto que me ama y que está conmigo a través de la gente que pone en mi camino o, como digo a veces, “que me comparte”.
Y es que una de las luces más frecuentes que he tenido últimamente es la gente y sus corazones. A veces le digo a Jesús que no merezco la gente que Él me comparte en el camino porque un corazón es tan grande y tan sagrado. Pero es ahí, y a través de los corazones, que Jesús me dice más y más que me ama, a través del corazón de los demás. Y más aún, de mi capacidad de dejarme amar por el otro.
Me consuela mucho ver a mi hermano siendo amigo, siendo escucha, siendo refugio, acogiendo mi corazón, cuidándolo y buscando mi bien. Esta luz y esta gracia de ser consciente de la importancia de mi hermano en mi vida me ha llevado a experimentar en carne propia la importancia de la comunidad y la comunión.
No me queda más que agradecerle a Dios por consolar mi corazón con otros corazones que me quieren y me lo dicen. ¡Jesús me invita a ser testigo de esta comunión que está llamada a una comunión más grande que todos nosotros!
Sobre todo, Jesús me dice que viva como testigo de esta comunión a la que todos estamos llamados, los unos con los otros pero también todos con el Otro más importante.
Y para decirte a ti que lees esto, ¡no estás solo! No te creas esa mentira. Estás llamado a esta comunión, nuestra comunión. Y también a LA comunión más íntima.
Jesús lleva meses diciendo que me ama con la gente que camina conmigo. Si te pasa igual, ¡seamos testigos!
Esta frase de la homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual se me quedó dando vueltas en mi cabeza, ¿en Galilea? ¿No resucitó en Jerusalén? ¿Por qué me espera en Galilea si ya pasó esa parte de su vida pública?
Creo que todos tendemos a eso en estas fiestas de la Iglesia: pasa la resurrección, festejamos, y al día siguiente se nos olvida. Nace Jesús, se acaban las posadas, y al día siguiente ya está haciendo milagros con 30 años. ¡Por algo la Iglesia propone 50 días de Pascua! Sabe que somos muy torpes para darnos cuenta de la importancia de esta fiesta, ni si quiera una octava es suficiente para entrar en este misterio. ¡50 días!
Se me ocurren tres formas posibles de estar viviendo estos días post resurrección:
¿Con cuál te identificas?
Sea cual sea tu situación, Jesús (a través de este escrito del Papa Francisco 😉) nos hace la siguiente invitación:
¿Qué significa ir a Galilea? Dos cosas. Por una parte, salir del encierro del cenáculo para ir a la región habitada por las gentes (cf. Mt 4,15), salir de lo escondido para abrirse a la misión, escapar del miedo para caminar hacia el futuro. Y por otra parte —y esto es muy bonito—, significa volver a los orígenes, porque precisamente en Galilea había comenzado todo. Allí el Señor encontró y llamó por primera vez a los discípulos. Por tanto, ir a Galilea significa volver a la gracia originaria; significa recuperar la memoria que regenera la esperanza, la “memoria del futuro” con la que hemos sido marcados por el Resucitado.
Uff leí esto y todo me hizo sentido. Yo tuve el regalo de vivir tres meses en Galilea, nunca voy a superar lo increíble que fue poder todos los días ver el atardecer y meter mis pies en este lago tan especial. Pero lo más increíble es que yo podía todos los días vivir la cotidianidad como Jesús, levantarme en el amanecer a trabajar, caminar en chanclas sobre las piedras, comer pescado, sentir el sol que quema e imaginarme que Jesús sentía lo mismo que yo cada que caminaba en esta orilla.
Y creo que la palabra clave en esto para mí y por eso me hizo tanto sentido las palabras del Papa es la cotidianidad. Regresar a Galilea porque aquí viví el día a día con Jesús, ahí lo conocí como amigo, como maestro; ahí lo vi trabajar, sudar, rezar. Nuestra relación con Jesús no se basa solamente en los grandes momentos como la Resurrección o el Nacimiento, son también los pequeños detalles de intimidad que van construyendo y van haciendo camino para cuando lleguen los grandes.
Hermanos y hermanas, para resurgir, para recomenzar, para retomar el camino, necesitamos volver siempre a Galilea; no al encuentro de un Jesús abstracto, ideal, sino a la memoria viva, a la memoria concreta y palpitante del primer encuentro con Él. Sí, para caminar debemos recordar, para tener esperanza debemos alimentar la memoria. Y esta es la invitación: ¡recuerda y camina! Si recuperas el primer amor, el asombro y la alegría del encuentro con Dios, irás hacia adelante. Recuerda y camina. Recuerda tu Galilea y camina hacia tu Galilea.
Hace unas semanas escuché por primera vez a mi hermano decirle a su hijo de 3 años “amigo”. Se me hizo raro escuchar este nuevo apodo pero no pregunté nada. Más tarde, platicando con Eugenio, mi sobrino, me dice: “¿Dany, sabías que mi papá es mi amigo?”
Claro que le pregunté si yo también era y me dijo que no, sólo su papá. (No se preocupen, ya me lo gané más y la semana pasada me confirmó que ya éramos).
Como buena tía traté de sacarle toda la conversación y que me dijera por qué eran ahora amigos; no lo logré, estaba más interesante el pastel de enfrente que su tía. Fue hasta más tarde cuando mi hermano nos contó que esa semana que habían estado de vacaciones en la playa, de la nada llegó Eugenio y le dijo, le afirmó más bien: “papi, tú eres mi amigo”.
Me dio demasiada ternura pensar en qué habrá pasado por la mente de un niño de 3 años al llegar a afirmar esto, ¿habrá pasado algo en la playa que le generó suficiente confianza? ¿Habrá relacionado a su papá con sus amigos del kínder en que con los dos se puede jugar? Qué regalo que un niño pueda ver en su papá esta figura de cercanía, de amistad, de querer pasar tiempo juntos y disfrutarse.
Me dejó pensando si yo me atrevo a llamar a Dios Padre “amigo”, si le tengo esta confianza para no sólo verlo con autoridad sino en una relación más íntima, más cercana.
¿Lo veo sólo hacia arriba o lo puedo encontrar a mi lado?
Si nos sigues en Instagram te acordarás que la semana pasada pusimos una publicación sobre esto, yo ahí te contaba que últimamente, a partir de esta experiencia, Dios me había estado invitando a tener con Él una relación de amigo. De experimentar esa amistad genuina y desinteresada, que por más que es mi Padre, Dios, Creador… No deja de hacerse uno como yo y buscar tener una amistad conmigo. ¿Qué fuerte no? ¡El creador del universo busca la manera de que seamos amigos!
Este Dios que tendemos a verlo como un ser supremo, lejano, que habita allá arriba en los cielos se toma el tiempo de interesarse en lo que me gusta, en las cosas que me hacen feliz, en las que me enojan. ¿No te mueres de ternura de imaginarte a Dios, sí Dios, viendo las formas de acercarse a ti, de que lo voltees a ver para poder platicar?
Es muy fuerte que muchas veces queremos ponerle a Dios nombres “rimbombantes” o nombres que suenen como si fuéramos todos unos teólogos, cuando a veces lo que Dios quiere es que simplemente le llamemos “amigo”.
¿Habrá algo más tierno y auténtico que decir “te quiero amigo”?
Y no sólo que lo llamemos sino que nos comportemos como tal, que le hablemos cuando nos estemos muriendo de risa o con ganas de llorar, que le tengamos la confianza de hablarle a media noche cuando no podamos dormir o de desahogarnos porque no entendemos esa dura situación. Un amigo, uno verdadero, es con quien podemos quitarnos las máscaras y dejarnos ver tal cual somos, dejarnos ver y no tener miedo a que nos vayan a juzgar. ¿Por qué muchas veces tenemos miedo a qué dirá Dios sobre nosotros? Creo que este es un buen punto de partida para ver cómo está nuestra relación con Dios.
¿Me da miedo quitarme mi máscara frente a Él? ¿Tengo la confianza de acercarme a contarle lo que hay en mi corazón?
¿Qué te parece si hoy hacemos el intento de llamarlo y tratarlo como un amigo? Te dejo tres acciones concretas que creo pueden ayudar:
Ojalá puedas aceptar la invitación de este gran amigo que muere de ganas porque sean bffs 😁, te prometo que no te vas a arrepentir de agregar a tu lista de amigos a este increíble Dios. Prepárate para recibir muchos regalos, muchos abrazos y muchas risas ¿te animas a aceptarlo?
Señor, hoy quiero intercambiar mi corazón con el Tuyo. Quiero pedirte que pongas en mi corazón los tesoros que hay en el Tuyo y así yo darte los que hay en el mío.
Camino, Verdad y Vida. ¿Cuántas veces hemos escuchado estas palabras de Jesús que nos dice “Yo soy el Camino, Yo soy la Verdad y Yo soy la vida” (Jn 14,6)? A mí en lo personal se me enciende el corazón y se me pone la piel chinita cuando escucho a Jesús decirme esto; me dan ganas de pararme y gritarle ¡sí! ¡te creo! Te creo tanto que voy contigo a donde me digas.
Como hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios, siempre que miremos a nuestro interior, a nuestras preguntas y anhelos más profundos, vamos a encontrar que Jesucristo es la respuesta. Es esa respuesta que no sabemos que estamos buscando, esa respuesta a deseos que ni sabemos que existen en nosotros; pero que, por alguna razón, al decirme a los ojos que le crea cuando me dice que es el Camino, la Verdad y la Vida yo soy capaz de dejarlo todo y creerle.
Vamos caminando, en momentos atrás y en otros a un lado, de un Dios que nos dice: sigue mis pasos que yo cuidaré los tuyos. Nuestro Dios no es un Dios que nos abandona, un Dios que nos dice que Él es el camino pero que lo hagamos solos. Jesús se atreve a decir estas fuertes declaraciones porque se sabe Dios, porque sabe que siguiendo sus pasos no hay pierde para llegar al Padre. No hay forma más sencilla de caminar que con la oración diaria. Sólo en el diálogo diario con Cristo es que podremos llegar a caminar como lo ha hecho Él. Nuestra meta es la transformación en Cristo, tener los mismos sentimientos, la misma forma de amar que Aquel que nos ha hecho.
Quitémonos los zapatos que estamos en tierra sagrada, volteemos a ver los pasos de Cristo y pongámonos a caminar junto a Él.
¡Una verdad que nos hace libres! Juan Pablo II, en su encíclica Redemptor Hominis escribe que Cristo “revela plenamente el hombre al mismo hombre”. Jesús vino al mundo a mostrarme quién soy, qué hago aquí y hacia dónde tengo que ir; a decirme mi verdad más profunda y que nadie me puede arrebatar: soy hija de Dios y soy amada; soy la hija amada del Padre. Esta es la verdad, la buena nueva, por la que Jesús se hizo hombre, la verdad por la que dio la vida; para que tú y yo viéndolo a Él podamos entender la grandeza de ser hijos de Dios.
Caminando con Cristo y reconociendo nuestra verdad más íntima sin duda tendremos vida. Vida que desborda el alma, que llena de gozo y que invita a otros a también querer experimentarla. ¡Jesucristo es la Vida! Cuántas veces lo tendremos que escuchar para que se nos grabe en el corazón esta gran verdad; Él es todo lo que buscamos, lo que deseamos y todavía más. En Jn 10,10 Jesús nos dice: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”, pero para llegar a tenerla necesitamos adentrarnos en quien es la Vida misma, tomar de esa fuente de agua viva y dejar que nos transforme. Sólo abriendo las puertas de nuestro corazón es como Jesús podrá satisfacer los deseos más profundos de nuestro interior y llevarnos a vivir en plenitud.
Camino, Verdad y Vida. No son sólo palabras, son el mismo Jesús; son promesas que se nos han hecho, promesas que si las creemos y las hacemos nuestras estaremos en el camino correcto, viviremos en nuestra verdad y tendremos vida, y como sabemos, una vida en abundancia.
Sigamos el ejemplo de María que supo reconocer en su Hijo estas tres verdades, las acogió y con su ejemplo de vida nosotros hoy somos capaces de ver en Ella el camino más rápido hacia el Padre.