Mientras leía El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, reflexioné sobre la naturaleza de Dios. En varios capítulos, Frankl describe la brutalidad con la que eran tratados los prisioneros, mostrando cómo su dignidad y lo que los hace humanos parecían desvanecerse. Sin embargo, también explica que muchos prisioneros no perdían la esperanza. Su vida espiritual e interior crecía, alimentando los anhelos más profundos de sus corazones. Había algo en su interior que brillaba y les impulsaba a seguir adelante.
Se nos dice que estamos hechos para amar y ser amados. Frankl narra que el amor se convertía en un escudo inquebrantable que protegía su espíritu de la destrucción. A pesar de no tener noticias de su esposa, el recuerdo de ella, las conversaciones mentales que mantenía con ella y el amor que sentía lo mantenían con la cabeza en alto, con un propósito por el cual vivir. El amor trasciende el tiempo y el espacio, y así, Frankl lograba apreciar incluso las cosas más sencillas y cotidianas, como los atardeceres. Tenía tan claro el por qué que el cómo ya no era tan relevante.
Te invito a que reflexionemos un momento sobre lo que amamos profundamente, aquello que nos mantiene en pie.
Al aterrizar estas ideas, recordé cómo en la Biblia se nos muestra que Dios hace lo imposible por nosotros. Pensé en cómo creó a Adán y Eva con todo su amor, y cómo su corazón se rompió al ver que ya no estaban con Él en el paraíso. Dios trabaja día y noche con la esperanza de que volvamos a Él, de que le abramos nuestro corazón y le conozcamos, para recibir los regalos que nos quiere dar y así regresar a casa.
Dios se involucra en batallas que parecen imposibles para nosotros; no deja de planear en nuestras vidas para salvarnos. Se esfuerza día y noche, trabajando de maneras misteriosas para captar nuestra atención y hacernos ver cuánto nos ama. Nos ama tanto que Adán y Eva no murieron tras comer del fruto prohibido; en cambio, hizo un plan para redimirnos. Sus promesas son firmes, aunque a veces no se cumplan como esperamos. Él abre mares para nuestra liberación.
Además, Dios se hizo humano para pagar el precio que nos correspondía y salvarnos. Nos ama tanto que envió a su propio Espíritu, su propio Ser, para darnos vida, libertad y el amor que tanto buscamos. Está dispuesto a darlo todo por ti y por mí. ¿Y qué evidencia tenemos de esto? La maravillosa oportunidad de comulgar y recibir a Cristo mismo, transformando nuestro corazón en el suyo.
Ayer, mientras estaba en mi habitación, no podía dejar de mirar la imagen del Sagrado Corazón. En ella, Jesús parece arrancar su propio corazón de su pecho para ofrecérnoslo como regalo, para que nuestros corazones heridos, opacados, tristes o confundidos vuelvan a la vida.
Cuando Moisés lideraba al pueblo de Israel por el desierto, Dios le ordenó construir el tabernáculo con medidas y características precisas; debía ser perfecto, pues allí estaría Su presencia, el único lugar donde podía orar y hablar con Dios. Hoy, gracias a Jesús y a los méritos de su vida, muerte y resurrección, nosotros somos templos del Espíritu Santo. Ya no importa la perfección, las medidas o la decoración. Dios elige nuestro corazón como su morada, esté como esté. Él quiere ordenar lo desordenado, levantar lo que parece destruido, y llenar los vacíos de nuestra vida.
Dios actúa hablando a nuestra conciencia y comienza un camino en el que transforma nuestra vida en una obra de arte. Nos invita al sacramento de la reconciliación, donde lo que no sirve, lo que duele, se desecha para dar paso a lo nuevo y bueno que da vida. Dios lo ofrece, pero está en nosotros decidir darle la oportunidad al artista más increíble que existe.
Veo los enormes esfuerzos de Dios por alcanzarnos y darnos todo de sí mismo, por hacer comunión con nosotros. Hoy te invito a que le des la oportunidad de alcanzarte, de mostrarte cómo arde Su corazón por ti. Te animo a que le des una oportunidad a esa posibilidad.
-Tom Masonv