Cuando Dios nos “insiste” en una cosa, una luz, una idea, una verdad, lo mejor es parar y hacerle caso y gustar de esta idea que Dios nos quiere mostrar. Me he dado cuenta que lo más importante cuando tengo estos momentos es no dejar que pasen como cualquier otra cosa en mi vida.
Hace un año tuve la oportunidad de viajar y tener unos días de descanso en una ciudad que nunca había visitado. Nunca esperé que en esos días Dios me regalara una luz que me volvería a recordar un año después.
El “para qué”
Esa primera vez de visita por la ciudad pude ir a lugares bellísimos, parques que te daban ganas de no dejar de caminar, lagos increíbles, estructuras que al verlas me quedaba sorprendida, obras de arte impresionantes, y todo esto me llevó a preguntarme: ¿cómo somos capaces de hacer cosas tan impresionantes?
Un día antes de irme me llevaron a conocer la catedral-basílica de esa ciudad. Las fotos no le hacen justicia a este lugar. Ver los rincones, los detalles, los colores, los mosaicos, te dejan sorprendido. ¡Y tener misa ahí ni se diga! Un gran regalo.
Y si no hubiera sido suficiente todo lo que ya había visto y que había “ayudado” a generar en mi corazón esa pregunta, esa visita me abrió los ojos sobre nuestro fin último y nuestro “para qué” de estar aquí en la tierra. Estar ahí me hizo ver lo impresionante que es que el hombre no fue pensado para ser arquitecto, artista, ingeniero, etc. pero lo hace de una manera extraordinaria y para crear esto lo mueve un amor más grande. Y que es una gran bendición conocer nuestro fin último, saber para lo que hemos sido creados: para amar y ser amados.
Hace unos días volví a estar en esta ciudad, conocer todavía más y regresar a esta Iglesia bellísima. Y esta luz regresó. Un poco diferente pero con la misma esencia: recordar nuestro para qué.
La obra de arte
No quisiera rebajar o quitarles crédito a los artistas, escritores, arquitectos, ingenieros, escultores y toda persona que se dedique a hacer cosas que nos dejan con la boca abierta. Estos regalos y dones son increíbles y también Dios los usa para ser reflejo de Su amor. Pero la verdad es que la obra de arte más grande es el mismo amor.
Y, ¿cuánto nos dejamos sorprender por esa obra de arte, la más grande de todas? ¿Pasamos al lado del Amor como si fuera una silla más en nuestro comedor y no le ponemos atención? O, ¿nos quedamos con la boca abierta cada vez que se nos da la gracia de reconocer ese Amor?
Hoy nos quiero recordar que la obra más grande de Amor la tenemos en nosotros y también frente a nosotros. ¡La tenemos siempre presente! Es cuestión de recordar nuestro fin último y seguir el plan de la Creación: amar y ser amados.