Hace unas semanas escuché por primera vez a mi hermano decirle a su hijo de 3 años “amigo”. Se me hizo raro escuchar este nuevo apodo pero no pregunté nada. Más tarde, platicando con Eugenio, mi sobrino, me dice: “¿Dany, sabías que mi papá es mi amigo?”
Claro que le pregunté si yo también era y me dijo que no, sólo su papá. (No se preocupen, ya me lo gané más y la semana pasada me confirmó que ya éramos).
Como buena tía traté de sacarle toda la conversación y que me dijera por qué eran ahora amigos; no lo logré, estaba más interesante el pastel de enfrente que su tía. Fue hasta más tarde cuando mi hermano nos contó que esa semana que habían estado de vacaciones en la playa, de la nada llegó Eugenio y le dijo, le afirmó más bien: “papi, tú eres mi amigo”.
Me dio demasiada ternura pensar en qué habrá pasado por la mente de un niño de 3 años al llegar a afirmar esto, ¿habrá pasado algo en la playa que le generó suficiente confianza? ¿Habrá relacionado a su papá con sus amigos del kínder en que con los dos se puede jugar? Qué regalo que un niño pueda ver en su papá esta figura de cercanía, de amistad, de querer pasar tiempo juntos y disfrutarse.
Me dejó pensando si yo me atrevo a llamar a Dios Padre “amigo”, si le tengo esta confianza para no sólo verlo con autoridad sino en una relación más íntima, más cercana.
¿Lo veo sólo hacia arriba o lo puedo encontrar a mi lado?
Si nos sigues en Instagram te acordarás que la semana pasada pusimos una publicación sobre esto, yo ahí te contaba que últimamente, a partir de esta experiencia, Dios me había estado invitando a tener con Él una relación de amigo. De experimentar esa amistad genuina y desinteresada, que por más que es mi Padre, Dios, Creador… No deja de hacerse uno como yo y buscar tener una amistad conmigo. ¿Qué fuerte no? ¡El creador del universo busca la manera de que seamos amigos!
Este Dios que tendemos a verlo como un ser supremo, lejano, que habita allá arriba en los cielos se toma el tiempo de interesarse en lo que me gusta, en las cosas que me hacen feliz, en las que me enojan. ¿No te mueres de ternura de imaginarte a Dios, sí Dios, viendo las formas de acercarse a ti, de que lo voltees a ver para poder platicar?
Es muy fuerte que muchas veces queremos ponerle a Dios nombres “rimbombantes” o nombres que suenen como si fuéramos todos unos teólogos, cuando a veces lo que Dios quiere es que simplemente le llamemos “amigo”.
¿Habrá algo más tierno y auténtico que decir “te quiero amigo”?
Y no sólo que lo llamemos sino que nos comportemos como tal, que le hablemos cuando nos estemos muriendo de risa o con ganas de llorar, que le tengamos la confianza de hablarle a media noche cuando no podamos dormir o de desahogarnos porque no entendemos esa dura situación. Un amigo, uno verdadero, es con quien podemos quitarnos las máscaras y dejarnos ver tal cual somos, dejarnos ver y no tener miedo a que nos vayan a juzgar. ¿Por qué muchas veces tenemos miedo a qué dirá Dios sobre nosotros? Creo que este es un buen punto de partida para ver cómo está nuestra relación con Dios.
¿Me da miedo quitarme mi máscara frente a Él? ¿Tengo la confianza de acercarme a contarle lo que hay en mi corazón?
¿Qué te parece si hoy hacemos el intento de llamarlo y tratarlo como un amigo? Te dejo tres acciones concretas que creo pueden ayudar:
- Si te pasa algo que quieras contarle a tu mejor amigo, ¿por qué no intentas contarle primero a Dios? Escucha qué te responde Él y luego ya vas con tu amigo.
- Pon atención a los títulos con los que llamas a Dios ¿son de superioridad, lejanía…? Proponte hoy al menos decirle una vez “amigo”.
- Haz una lista de 3 cualidades que tienen tus mejores amigos, muchas veces ellos nos enseñan y son reflejo de esas cualidades que Dios también tiene (y te digo qué, Dios las tiene en plenitud 😉).
Ojalá puedas aceptar la invitación de este gran amigo que muere de ganas porque sean bffs 😁, te prometo que no te vas a arrepentir de agregar a tu lista de amigos a este increíble Dios. Prepárate para recibir muchos regalos, muchos abrazos y muchas risas ¿te animas a aceptarlo?