Camino, Verdad y Vida. ¿Cuántas veces hemos escuchado estas palabras de Jesús que nos dice “Yo soy el Camino, Yo soy la Verdad y Yo soy la vida” (Jn 14,6)? A mí en lo personal se me enciende el corazón y se me pone la piel chinita cuando escucho a Jesús decirme esto; me dan ganas de pararme y gritarle ¡sí! ¡te creo! Te creo tanto que voy contigo a donde me digas.
Pero, ¿por qué vibra el corazón cuando Jesús nos dice estas afirmaciones?
Como hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios, siempre que miremos a nuestro interior, a nuestras preguntas y anhelos más profundos, vamos a encontrar que Jesucristo es la respuesta. Es esa respuesta que no sabemos que estamos buscando, esa respuesta a deseos que ni sabemos que existen en nosotros; pero que, por alguna razón, al decirme a los ojos que le crea cuando me dice que es el Camino, la Verdad y la Vida yo soy capaz de dejarlo todo y creerle.
Yo soy el Camino.
Vamos caminando, en momentos atrás y en otros a un lado, de un Dios que nos dice: sigue mis pasos que yo cuidaré los tuyos. Nuestro Dios no es un Dios que nos abandona, un Dios que nos dice que Él es el camino pero que lo hagamos solos. Jesús se atreve a decir estas fuertes declaraciones porque se sabe Dios, porque sabe que siguiendo sus pasos no hay pierde para llegar al Padre. No hay forma más sencilla de caminar que con la oración diaria. Sólo en el diálogo diario con Cristo es que podremos llegar a caminar como lo ha hecho Él. Nuestra meta es la transformación en Cristo, tener los mismos sentimientos, la misma forma de amar que Aquel que nos ha hecho.
Quitémonos los zapatos que estamos en tierra sagrada, volteemos a ver los pasos de Cristo y pongámonos a caminar junto a Él.
Yo soy la Verdad.
¡Una verdad que nos hace libres! Juan Pablo II, en su encíclica Redemptor Hominis escribe que Cristo “revela plenamente el hombre al mismo hombre”. Jesús vino al mundo a mostrarme quién soy, qué hago aquí y hacia dónde tengo que ir; a decirme mi verdad más profunda y que nadie me puede arrebatar: soy hija de Dios y soy amada; soy la hija amada del Padre. Esta es la verdad, la buena nueva, por la que Jesús se hizo hombre, la verdad por la que dio la vida; para que tú y yo viéndolo a Él podamos entender la grandeza de ser hijos de Dios.
Yo soy la Vida.
Caminando con Cristo y reconociendo nuestra verdad más íntima sin duda tendremos vida. Vida que desborda el alma, que llena de gozo y que invita a otros a también querer experimentarla. ¡Jesucristo es la Vida! Cuántas veces lo tendremos que escuchar para que se nos grabe en el corazón esta gran verdad; Él es todo lo que buscamos, lo que deseamos y todavía más. En Jn 10,10 Jesús nos dice: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”, pero para llegar a tenerla necesitamos adentrarnos en quien es la Vida misma, tomar de esa fuente de agua viva y dejar que nos transforme. Sólo abriendo las puertas de nuestro corazón es como Jesús podrá satisfacer los deseos más profundos de nuestro interior y llevarnos a vivir en plenitud.
Camino, Verdad y Vida. No son sólo palabras, son el mismo Jesús; son promesas que se nos han hecho, promesas que si las creemos y las hacemos nuestras estaremos en el camino correcto, viviremos en nuestra verdad y tendremos vida, y como sabemos, una vida en abundancia.
Sigamos el ejemplo de María que supo reconocer en su Hijo estas tres verdades, las acogió y con su ejemplo de vida nosotros hoy somos capaces de ver en Ella el camino más rápido hacia el Padre.