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Poca y Pequeña….

Hace unos días en dirección espiritual le contaba a mi directora que Dios me había estado invitando a ver mi historia con Él. Mi historia con Dios está llena de altos y bajos, de momentos en donde bailo con Dios y otros momentos en los que ni siquiera estoy en la pista de baile con Él. En esos momentos en los que Dios me invitaba a ver mi historia con Él me di cuenta que hoy en día y por Su gracia, mi relación con Él está buscando ser una verdadera relación de amor. Y queriendo entender qué he hecho diferente o cómo he llegado aquí, me di cuenta de dos claves: gracia y oración.

Ojo que esto no es un manual ni pasos de qué hacer para levitar en la oración o llegar a la séptima morada. Lo que he visto gracias a personas que me comparten su corazón es que Dios tiene una historia personal e íntima con cada uno de nosotros y cada historia es una historia que vale la pena vivir. Y es de nuestra historia única que Dios se vale para darnos la intimidad con Él que nuestro corazón tanto busca y anhela.

Y aunque es difícil aceptarlo y dejar a Dios ser Dios, la realidad es que si vemos nuestro camino en la oración nos iremos dando cuenta que la pedagogía de Dios no sigue nuestra lógica. Lo que creíamos que es lo mejor para nosotros no lo es necesariamente, pero Dios se ha quedado con nosotros y nos ha dado estas dos capacidades.

Lo que más me cuesta

“La santidad no podemos hacerla nosotros solos, es una gracia. Ser bueno, ser santo, dar todos los días un paso hacia delante en la vida cristiana es una gracia de Dios y tenemos que pedirla y tener la disponibilidad para recibirla”

Papa Francisco, 24 de mayo de 2016

Esta es una gran verdad que la primera vez que leí me quedé asombrada. Puedo decir que este fue el abrebocas que Dios me dio frente a un camino totalmente diferente en el que yo había crecido creyendo.

Algo que he aprendido (a veces a la mala) en los años de camino espiritual y de desear a Dios, es que nada me pertenece y todo lo recibo. Y así pasa con la gracia. La gracia no la podemos hacer nosotros, no sale de nuestras fuerzas, de cuánto tiempo estemos en oración o de cuántos sacrificios hagamos. La gracia es para recibirla. ¡Y cómo me cuesta recibirla!

Probablemente a ti no te cueste pero yo te confieso que para mí es de los retos más grandes recibir y dejarme querer. La gracia estira el corazón, nos lleva a lugares que nunca creíamos estar y nos sorprende.

Desaprender

Hace unos meses que estuvimos en Chilapa con el equipo y amigos de Meditación del Día nos preguntamos entre nosotros: ¿qué es lo que más te ha costado desaprender? Al momento de terminar de escuchar la pregunta sabía cuálera mi respuesta. Lo que más me ha costado desaprender es que las cosas dependen de mí. Me atrevo a decir que varios de nosotros que estamos leyendo esto nos identificamos con esta idea. Esta creencia de que las cosas, hasta en la relación con Dios, dependen de mí se hizo parte de mi subconsciente durante mucho tiempo. ¡Y qué gran mentira me estaba creyendo!

La relación de amor con Dios va en contra de todo lo que el mundo nos propone. El mundo nos dice: primero tienes que tener, para hacer y ser alguien. Y Dios nos dice: confía en mí, tu eres mi hijo, yo te amo siempre.

Así trabaja la gracia. No necesitamos hacer mucho, solo recibirla. A manera de que vamos recibiendo la gracia de Dios nos reconocemos más hijos, hijos que saben recibir de su Padre.

Dios es sencillo y la oración también

En la oración me he dado cuenta que conforme vamos caminando en la vida espiritual Dios se vuelve muy claro y sobre todo, sencillo. Me atrevería a decir que conforme se va madurando en la vida espiritual uno se va dando cuenta que las cosas no son tan complicadas como creíamos. Dios es sencillo, nosotros somos los que nos complicamos. Y esto lo he visto de manera muy clara en la oración.

“Planear” mi oración, llevar preguntas, querer forzosamente leer un libro y basarme de ahí para mi oración, estas y más cosas buenas en sí viví hace un tiempo. Recuerdo que después de un desierto importante en mi vida, un miércoles de ceniza Dios me presentó la oración de silencio y cambió por completo mi vida. En esta invitación de Dios encontré muchas cosas que mi corazón anhelaba y lo que más me sorprendió es que yo no tenía que hacer nada en esta oración. A veces frente al silencio parece que perdemos el tiempo o que no tiene fruto pero hay tanto fruto en el silencio que no somos capaces de entender. Dios en el silencio se encarga de todo. Y aunque este es un tipo de oración sepamos que en cada oración Dios busca saciar nuestra sed, busca consolarnos, cruzar miradas y decirnos que nos ama.

“Cuanto menos tenemos, más podemos dar”

Santa Teresa de Calcuta

Te comparto esta frase. Yo intento leerla todos los días porque me ayuda a recordar que la oración es menos y de que soy capaz de Dios. Me gustaría que tu también lo recuerdes: eres capaz de Dios y de recibir su gracia.

Sé por experiencia propia y por amigos que me han compartido que cuando la voluntad y la gracia se topan con nuestra sed, Dios nos sorprende. Con la gracia el Señor supera nuestra definición de oración.

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